miércoles, 28 de septiembre de 2016

Forzando la Paz


Siguiendo el hilo propuesto
por el concurso enunciado,
propongo al seso, cansado,
que se mantenga despierto.

Y le cuesta proponer;
se fatiga extrañado
del ejercicio mandado
por este simple hujier.
                                                                                       
Piensa en edictos cabales
que al Universo unifiquen
y que, de paso, erradiquen
hábitos, casi ancestrales.

La Paz, grandota, aguarda
en situación de alerta;
deja, pues, la boca abierta
pero a ella, salvaguarda.

Y en tus manos habita,
como un granito de arena,
armar la marimorena,
y tirar de la levita.


Para el VIII Concurso Poético Internacional, La Paz como cuidado de La Creación.  (Argentina).

Colomba


No te conozco y, sin embargo, me atraes. La simple idea de que en tus inicio fueras preconcebida para pajar, remembra a mi mente miles de historias de alegres chicuelos jugando a cazar lagartijas entre los recovecos de unas piedras, siempre remisas a coger calor, por mor del caprichoso clima que te envuelve. Y no es malo. Es el que es. Sin más.

Los bosquedales, ahítos de pigmentos tostado amarillentos amenizan tus otoños  con raudales de coloridos que cartografían en las retinas de los afortunados que te ven un paisaje para recordar siempre.

Cientos de leyendas hablarán de tus inviernos nevados; cubiertos por el manto nivelador de tierras, valles o incluso ríos, cuando el general invierno toca sus clarines de guerra anunciando su ataque.

Enfrentamiento que es acompañado como si en otras civilizaciones estuviéramos, de los espectaculares aullidos de lobos que cabalgan a lomos del viento, sin poder ser descubiertos en sus correrías; sólo después, sus huellas serán el testimonio de su paso.  Y el oso, más arriba y prudente, alzará una oreja para comprobar si todo va bien y, si es así, echará la última cabezada de su largo letargo hivernal.

Más siempre es así; y, la primavera vuelve a sonreír y, poco a poco, derrite, perezosa, la capa blanca hasta el horizonte y deja emerger  desde el interior los brotes verdes llenos de vida para los diversos habitantes de tu entorno. Llega el verano. Noches ligeras que compensan el no excesivo calos de las mañanas y los sapos, tenores de la noche, canturrean sus croadas en libre competición por una hembra; mientras en el cielo, la luna esplendorosa, proporciona la luz suficiente para configurar un paisaje que parece extraído de las "mil y una noches"...

Y podría haber un momento especial, allá por Pascua, si, al pairo de la caída lunar de la misma, se pudiera disfrutar de la derrota del invierno o de una incipiente victoria de la primavera, saboreando una rica y dulce "Colomba pasquale" italiana, como colofón a una cena, mientras estirados sobre una manta de piel de oso, saboreamos un buen vino frente a unos leños que, vigorosamente, se consumen en la chimenea...


¿No está tan mal la idea, no?


Para el I Concurso de Relato Corto, Casa Colomba, Sembrando palabras. Santa Colomba de Somoza. (León).

Manrique


Universal castellano,
de cuna noble y juiciosa,
paredaña,
una espada en una mano
y una pluma graciosa,
como maña;
una guía de la vida,
que lanzas como un guante
al vacío,
es un correaje o brida
que, de manera elegante,
te da brío.

Es un compás o figura,
de un predecesor cercano,
de Rodrigo,
que marchó a su sepultura
sabiendo que el trigo, en grano,
no es quejigo,
y que una paloma blanca
de encopetada cabeza,
de linaje,
será, ante el gavilán, asaz
una magnífica pieza,
no un brebaje.

Y nos dejó, estas Cartas,
que reflexionan con tino
sus ideas,
que puede que no compartas,
más es preciso estar fino,
si flojeas,
y esta vida mundana
imposible de abarcar,
insustancial,
 es almohada de mañana,
para al crepúsculo pasar,
sólo a orinal.


Para elI Premio Nacional de Poesía, Jorge Manrique. Ayuntamiento de Chiclana de Segura. (Jaén).

Baños


Extendió su brazo derecho, haciéndole avanzar entre la profunda neblina, mucho más interior que exterior,  que le envolvía, buscando aquello con lo que acababa de soñar.

Rebuscó con una mano torpe, atolondrada por el momento que rebasaba, pareciendo dar manotadas abotagadas de impericia en un supuesto vacío creado por su propio intelecto. Y encontró lo que buscaba; sus dedos palparon, tibiamente, la felpa ligeramente rugosa que envolvía aquél cuerpo que acababa de anhelar.

Sonrió no sólo para sus adentros. El placer que aquél simple y corto roce le suponía, reparaba con creces los momentos que, por su profesión, tenía que vivir lejos de ella.

Pero aquél fin de semana era suyo. De ambos. Y en aquellos baños árabes a los que ella se había obstinado en acudir, acababa de comprender, entre olores almizclados de la extensa variedad de resinas que conforman el sacrosanto incienso, con las fragancias dignas del mejor jardín morisco, mixtura de jazmín y rosas con toques de lavanda en flor azucaradas con la caricia sutil del olor que aporta la vainilla; en una rueda, acompasada, del tiempo; controlador de la vida del universo, que su vida estaría siempre ligada a la figura que yacía tumbada a unos  palmos de él.

El masaje, lento, había servido para relajar un cuerpo maltratado por horarios y reuniones al que, día a día, le sometía su dueño. Era incapaz de apartarse de un sendero que él mismo había labrado a lo largo de cuantiosos años esclavizado, aunque de una manera voluntaria, al ritmo de un trabajo agotador pero en el que se sentía bien; o, al menos, se había sentido a gusto hasta aquellos momentos.

Y embelesado en sus pensamientos altamente imaginativos y un tanto ingenuos, entremezclaba éstos con el ritmo acompasado de la darbuka repetitiva marcando el ritmo a un laúd melódico que invitaba, descaradamente, a la dulce flauta nay que uniera sus trinos, casi lastimeros, al embrujo de un sueño que, aunque no pasara de ser quizá sólo eso, merecía vivir aquellas sensaciones que en aquél momento se sucedían.

En su creencia, de nacimiento, de que la Gloria existía, le daba la impresión que no debería estar muy lejos la forma de sentirse en ella con el sosiego que su cuerpo y alma experimentaban sumergidos en el ambiente de los baños.

Y su imaginación vagaba libremente, galopando a lomos de intenciones que cumplir o de reflexiones que llevar a cabo en los siguientes días; todas ellas aderezadas por la atmósfera, cuya diadema real, le transportaba, quisiera o no, a épocas en las que, sus antepasados sefardíes, iban y venían con la asiduidad de la vida medieval por aquellas estrechas calles cumpliendo con los ritos preestablecidos de una cultura ya entonces, milenaria.

Confluían en aquella su ciudad, la de sus ancestros desde varias generaciones, la cultura más o menos implantada ya en el occidente conocido y entremezclaba sus ritos armónicamente con culturas invasoras que, aposentadas en la ciudad, habían comprendido, quizá demasiado tarde, la conveniencia de usar la palabra como el mejor arma para entenderse entre las gentes de un universo, por entonces, demasiado pequeño por lo precariamente conocido.

Y así, era frecuente encontrar deambulando por las travesías y rondas de la villa, congregaciones corales y musicales provistas de salterios de dieciséis cuerdas triangulares que competían con sus soniquetes por la hegemonía sobre otros estribillos en los que querían estar rabeles alargados a modo de guitarras deshinchadas, zanfonas sobrealimentadas por los ciegos del lugar, panderos, redondos o cuadrados en una extraña, pero natural, simbiosis de culturas, o crótalos que competirían en tierras cercanas con otros de madera más afincados en aquella incipiente nación...

Moisés, se rebullía lentamente en la camilla de masajes por mor de unos recuerdos que debería de llevar en los genes; ya que, cronológicamente, distaba muchos siglos de aquellos pasajes que su cabeza se empeñaba una y otra vez en recrear.

Un pandero tocó unos sones expectantes; dignos de la película más intrigante de Hitchcock en el momento anterior al desenlace final. El cuerpo de Moisés reaccionó contrayéndose y una explosión de sus poros concluyó con el repliegue que configuró su piel con una infinidad de diminutos montículos mientras sus pelos se erizaban y un escalofrío recorría sin ninguna impudicia su columna vertebral.

La atmósfera de la habitación seguía viciada por una cortina de niebla , mientras unas velas, estratégicamente situadas, difuminaban entre la neblina un color verde oscuro que propiciaba al entorno un ambiente propio de las M il y una noches.

Una mano que no reconoció, le obligó sutilmente a que se levantara y tras una veintena de pasos asido a aquél lazarillo totalmente anónimo, sus pies notaron un ligero declive que, a modo de rampa, descendía hasta que éstos comenzaron a notar la humedad natural del agua tibia que les empezaba a cubrir. Animado por una tenue voz, más un susurro, siguió sólo adentrándose más y más en aquella alberca hasta que topó con lo que , sin duda alguna, era el extremo opuesto por el que había sido introducido. Una pequeña plataforma sumergida a la distancia prudencial, le dio la oportunidad de poderse sentar manteniendo fuera de las aguas la parte superior de sus  hombros y, naturalmente, la cabeza.

Esperó. El tiempo se relativiza según el  ansia o despreocupación que se tenga en función de los acontecimientos que se esperan; y a Moisés, en aquél momento, la textura del ambiente, le mantenía en tal estado de quietud placentera que no podía catalogar si el intervalo de aquél momento había sido corto o largo. Su cabeza estaba degustando, simple y llanamente, el glamour del trance; sin más.

Un ligero chapoteo le hizo volver del mundo de sus sentidos a la realidad; una sucesión de pequeñas ondas en la superficie de la piscina, le hicieron intuir que alguien había penetrado en la misma. Sintió como si alguien hubiera profanado su sancta sanctorum.

Las olas cada vez parecían tener más intensidad.

- "¿Moisés?"

Una voz, como un  dulce cuchicheo retumbó, tímidamente, por la estancia. Los latidos de un corazón hasta entonces tranquilo, sedado por el ambiente, se aceleraron y comenzaron a golpear ruidosamente su pecho. Tensionó su cuerpo por entero al sospechar que quien se acercaba era aquella mujer que había yacido junto a él en la sala de masaje. Extendió una mano pedigüeña que buscaba encontrar entre las tinieblas otra con el mismo afán; y la encontró. Ambas se entrelazaron y se agarraron férreamente, en un firme deseo de no volverse a separar jamás.

Los recuerdos afloraron, una vez más, mientras sentía cerca de él la presencia de aquella mujer; al tiempo que toda su esperanza se abría hacia el futuro.

Moisés, lloró.


Para el Premio Pérez - Taybilí, 2016. Medina Cultura en colaboración con el Ayuntamiento de Toledo.

¿Defcon 2?


Hacía varias lunas, otras lunas ajenas a la poesía que desprende la nuestra, que habíamos abandonado nuestro entorno solar en busca del enano Plutón; justo cuando acababa de perder el honorable título de planeta.

Las noches y los días se amalgamaban casi de manera indecente sobre nuestros cuerpos; confundiéndoles de tal forma que las funciones orgánicas de los mismos andaban , francamente, despistadas.

El hecho de mirar por aquella televisión natural hacia el inmenso universo exterior se convirtió en la ocupación principal de los escasos recreos que una tripulación preparadísima, se permitía el lujo de tener en aquellos primeros viajes interplanetarios.

Un concurso de una cadena muy importante de hamburguesas, me había dado la oportunidad de hacer aquél casi pionero viaje; y de , malgastar, de aquella manera, tres meses de mi vida que era lo que se tardaba en llegar a la acogedora ciudad interplanetaria del enorme trozo de hielo conocido por Plutón. "Troy Frost", la mega ciudad que se estaba construyendo allende el universo, pasaba por ser la metrópoli  cosmopolita por excelencia de la próxima centena de años; lo cual, dado el avance tecnológico, era apostar fuerte.

La somnolencia de las horas que a nuestro organismo obligábamos a parar, salvo las guardias estipuladas, para mantener ciertos hábitos terrícolas, conseguía respetar ciertos estatus que nos hacían recordar las siestas cabeceadas en un sillón tras la comida.

Pero una sacudida, despertó a mi cabeza de un incipiente y, por lo que se preveía, un prometedor sueño. Acabábamos de entrar en una franja transitada por meteoritos del diámetro suficiente como para que cualquier impacto con alguno de ellos, nos hiciera botar como un balón deshinchado, fofo,  de aquí para allá.

Y el bamboleo había comenzado. Uno, de mayor intensidad, me hizo saltar de mi asiento; no llevaba el cinturón de seguridad bien ajustado, pegándome un fuerte coscorrón contra la parte de arriba de mi cabina...

Cuando mi mano dejó de frotar, un buen rato después, la cabeza dolorida por el tremendo chichón que en ella se había implantado, contemplé, por la ventanilla de aquella particular nave espacial, el precioso ocaso que se abandonaba, majestuosamente, sobre  un dorado mar de reventonas espigas dispuestas a ser engullidas por una cosechadora que las atacaba de frente...

Estaba atravesando con mi nave, la amplia y siempre espectacular Castilla, un atardecer de un mes de julio...Plutón, tendría que esperar...


Para el III Concurso de Relatos Ciencia Ficción, A través de  las Estrellas. Grupo Carpa de Sueños.

El libro, en sí


Ese olor a engrudo que, por cierto, se ha quedado impregnado la pituitaria de cada vez menos personas, por una razón simple y llana como es el paso del tiempo, tiene hoy, un corte más bien nostálgico o, si se me apura, y como se dice hoy, de "postureo".

Un libro en las manos, no cabe duda que transmite emociones. Pero son sólo, ni más ni menos, eso, emociones. No pasan a través de los dedos y manos que le sostienen como por un efecto de capilaridad, las sensaciones que emanan de esos escritos, quienes logran hacerlo, a nuestro organismo intelectual y físico por un arte de birlibirloque, de magia, al toque  mental de "ale-hop".

Los grandes lectores, al menos bastantes de los que leen mucho, argumentan que sentir el libro entre las manos, es algo espiritual, que trasciende al propio hecho de hacerlo. Es posible; pero también es posible que sólo sea un acto natural y de puro hábito, algo similar a la función "social" de un cigarrillo entre los dedos ¿Por qué no?

Entiendo que, con esta teoría o mera opinión, enseguida te ganas enemigos. Intereses desde los más blancos hasta los más oscuros en los que suelen intervenir complicadas actuaciones financieras al amparo de que de un árbol se saca un libro y eso es cultura. Y por cada árbol que se tala de una selva para cultura ¿cuántos se están talando, bajo ese paraguas, para otros fines? ¿ y cuántos se talan sin ni tan siquiera un fin?

Me gustaría creer que las cosas se hacen bajo el principio de buena voluntad. Y así, como si de un cuento de hadas se tratara, me he pasado tres cuartas partes de mi vida, la real, la total, creyendo en los "Reyes Magos". Difícil cambiar cuando ya las canas campan por su respeto, a uno no le tienen ninguno, por un pelo bastante lacerado por agentes "externos", no genéticos.

Y, desde una cabeza, más o menos normal, aunque habría que matizar este término, uno tiene la capacidad de pensar y llegar a algunas conclusiones que, todavía, no gustan; quizá por la falta de criterio propio de la sociedad; creo que nos movemos a bandazos de lo que dictan la moda o algunos "profetas" propios o foráneos.

Se me ocurre que es cuestión sólo de tiempo cambiar un hábito. Como el fumar. No pretendo que la gente deje de leer...que se lee más bien poco, por cierto, ¡Dios me libre! pero sí de que se haga sobre papel.

La tecnología, y para eso se investiga, hace tiempo que diseñó una "nueva" forma de hacer libros sin necesidad de talar esos modestos y baratos pinos que por su humildad parece que a nadie les molesta que se talen; salvo al suelo que les amamanta y que sin su protección se convierte en un erial que deriva en un desierto; pero eso no parece importar. Repito que los avances de nuestros últimos dos siglos permiten leer sin papel. Mediante libros electrónicos que, algún ecologista urbano, tildará de contaminación cibernética y de la que propiamente crea cualquier material con lo que se fabrican estos productos, de acuerdo; démosles el tratamiento adecuado en los puntos que desde hace ya muchos años, existen para este fin.

Contaminación de aguas, porque la alta tecnología implica obligatoriamente ese hecho; pues no queda más que invertir en el tratamiento de una manera racional y drástica de esas aguas.

Lo que hay que pensar es que el árbol, ser vivo, necesita años para desarrollarse y cumple una función esencial en el entorno en el que crece.

Es, sin lugar a dudas mucho más fácil, seguramente más costoso pero si en alguien tenemos que invertir es en el propio ser humano para conservar, en la medida que podamos, este antes planeta azul, hoy no se sabe de qué color.

Mi diminuto grano de arena, pues no soy nadie, es no escribir para ningún patrocinador o concurso que exija hacerlo "por quintuplicado", es un decir aunque "haberlos hailos"...y sólo enviar mis modestos manuscritos a quienes tienen como único medio de interrelación una sencilla y, además, cómoda, dirección de correo electrónico...

Es un pequeño acto de rebeldía, o de sensatez, o, simplemente de sentirme bien conmigo mismo. Por cierto, me he topado con un numeroso elenco de personas que tiran de la frase de lo romántico y sensual que resulta gozar de las tapas de un libro entre las manos... ¡Claro! y bucólico y, sobre todo ecológico, es hacer nuestras necesidades a culo descubierto, con perdón, en nuestra foresta y, miren ustedes....donde esté un retrete....


Para el V Concurso de Relatos Cortos, Plazuela de los Carros. Torralbilla. (Zaragoza).


Noche vacía


La noche era de las de órdago. Llegar, cargado con la pesada maleta, por el estrecho bulevar que daba  acceso a la estación, resultaba costoso; al peso de la maleta había que sumarle la buena longitud del paseo y en esa noche, además, nevaba profusamente y desde hacía las horas suficientes como para que aquél trayecto se convirtiera en una dura aventura.

Los resbalones eran frecuentes y ponían en peligro la integridad física de un viajero que, sin más, una hora antes, había decidido abandonar su residencia sin ningún rumbo prefijado; dependiendo del viento que soplara; le daba lo mismo que fuera por babor o estribor.

Cuando, por fin,  encontró abrigo, es decir, logró llegar al enladrillado pórtico de la estación, se dio de bruces con la típica salita de pueblo de principio de los setenta; bastante bien mantenida; sin grandes muestras de un aseo minucioso, pero de igual manera con síntomas de que las escobas pasaban con cierta asiduidad los rayados azulejos , otrora blanquecinos, del suelo de la instancia. Ésta se encontraba ahíta de los típicos bancos de madera, con más estilo de bancos de jardín que de la propia estación. Es como si al acicalar el bulevar de acceso al apeadero, los bancos que sobraron sirvieron para dotar de los mismos al habitáculo ferroviario; incluso conservaban su color verde botella, muy en consonancia con los que se veían en casi todos los parques desperdigados por cualquier población de la época.

Entrar bajo el amparo de ese adoquinado abrigo significaba, solamente, que dejabas de mojarte. Quizás, en un principio, resultara suficiente; pero a los cinco minutos de estancia, te veías obligado a rebozarte en el abrigo para protegerte de los fuertes vientos que se colaban de rondón por los infinitos resquicios que aquél elemento hostil descubría, con el mayor descaro, y que la construcción ocultaba; al menos a los ojos de los profanos. Entraba por esos agujeros imperceptibles y por el rebaje que sufría el portalón de la entrada, visible desde la mitad del paseo y que en la oscuridad del ambiente de la noche, al menos servía como faro de navegantes para hacerte una idea por dónde se ubicaba la estación.

Y arrebujado entre sus pertrechos, en la esquina opuesta a la entrada; buscando el lugar que, a priori, fuera el menos propicio para que el frío le alcanzara de una forma más virulenta, se dispuso a que las horas pasaran hasta el momento en que el encargado de la ventanilla de los billetes tuviera a bien ocupar la mesita destinada a la expedición de los preceptivos billetes...del rumbo...se enteraría por boca del propio empleado...le importaba poco cual fuera...

Cuando empezaba a sentir la modorra que propicia el entrar en calor, aunque sólo lo hiciera someramente, se percató de otro bulto que se amontonaba en la otra esquina del fondo opuesto a él.

Coincidieron las miradas una fracción de segundo; ella agachó la vista e, instintivamente, tiró de su corto y raído abrigo hacia abajo, en un gesto como para preservar de la mirada aquello que de por sí no se veía.

Gesto que fue seguido por los ojos del viajero nocturno y descubrió, en su recorrido, que lo que aquella mujer, seguramente, intentaba tapar, era un más que discreto agujero que dejaba al exterior la rodilla izquierda por entero.

Esta vez fu él quien bajó la vista rápidamente, avergonzado de haber descubierto la pequeña miseria de aquella orgullosa y coqueta mujer que se parapetaba, literalmente, tras su maleta de cartón usada a modo de cortavientos invernales.

Se estiró todo lo que pudo sin desprenderse del abrigo que había cumplido la misión para la que había sido confeccionado cuando oyó cierto revuelo de pasos y el correr, nada discreto, de la silla del despacho del emisor de los billetes.

Miró en dirección al lugar que ocupaba su callada vecina de albergue nocturno y descubrió que ya no estaba....se había ido envuelta en las gélidas sombras de la noche ¿A dónde? ¿Por qué?

Lo pensó un buen rato. Estaba en sus elucubraciones cuando , de fondo, oyó el ruido de vapor característico  y, unos segundos después, el chirriante pitido que daba la señal de partida a aquél tren que, presumiblemente, él debía de haber cogido. No hizo nada por pararle.

Por el vano que se abría por encima del dintel de la puerta de acceso a la sala de espera de aquella estación, comprobó que había amanecido; e, igualmente, corroboró que seguía nevando.
Se volvió a arrebujar entre los pliegues de su abrigo, esperando la llegada de otro tren sin horario establecido y volvió a entrar en un estado de sopor mientras se imaginaba a una muchacha con una maleta de cartón, caminando bajo la nieve por las traviesas de una vía de tren ,rumbo... a lo que se encontrara.

Se quedó dormido.


Para el I Certamen Literario, López de Ayala. Ayuntamiento de Guadalcanal. (Sevilla).